CANDADOS
A veces tu propio candado es tan fuerte que estalla.
Los pedazos de puertas reventadas no pueden engañar al tiempo.
Sin vuelta atrás sólo queda un cuerpo exhausto de contenerse a sí mismo
que camina vencedor ante una mente noqueada, aturdida. Vaya si camina.
Con la mirada fija en la nada, pero de frente. Libre. Sonriente.
Los pasos de la incertidumbre sí saben bailar para engañar al futuro.
El olor de las flores es más intenso que el de la mierda.
El rayo de sol que elige dar vida encuentra columpios hasta en la más oscura alcantarilla.
Vuela. Sin alas, ningún camino merece la pena.
Sin amor, tampoco. Qué suerte.
DEVORA CORAZONES
Devoramos corazones a la misma velocidad que consumimos carne. Cortamos la digestión.
Sabemos que podemos empujar más fuerte porque ya nos columpiamos antes. Más alto.
Vamos a aguantar al menos diez veces nuestro peso. Cuerpo.
Viento frío en la cara hasta que en los labios agrietados sólo este nuestro sabor.
Pilotos, navegantes, corredoras de fondo. Elocuentes somos.
Somos olvido. Hasta de los pájaros del mismo nido.
Y recuerdos en la orilla del río. Reflejos. De los espejos.
Los sueños. Espiguitas de ilusión somos.
Somos tanto amor que aún no sé por qué apagamos la luz.
Por qué nos encontramos en las sombras si allí no se ve nada.
Fugaces. Almas de huevo hilado. Huevos y gallinas somos, que al final es lo mismo…
Chasquidos de hojas secas pienso. Seguir bailando.
Con tanta jaula en libertad, con tanta llave sin puerta.
Pienso seguir cantando.
Lamiendo el oxígeno hasta con la cabeza metida en la arena.
Será porque no sé lo que es el desierto. Soy del veinte por ciento.
Del que consume carne a la velocidad que devora un corazón.
Del que quiere y sobre todo puede, seguir bailando.
Somos tanto amor, sólo eso.